domingo, 8 de enero de 2017

Viva la libertad

Esta película es recomendable, aunque sea del 2014. Creo que merece la pena verla, porque nos plantea una reflexión sobre la política, la izquierda, la imaginación, el desencanto, las dudas, la vida...Basada en el libro del director Roberto Andó "El trono vacío".
Os dejo una critica sobre la película para que os sirva de prologo antes de visualizarla.

Viva la libertad: la imaginación y un gramo de locura al poder

Ilsa Lund Periodista
 
 

En plena crisis política y de valores, Enrico Oliveri (Toni Servillo, La Gran Belleza, Il Divo, Mejor Actor Europeo de 2013), astuto secretario general del principal partido de oposición de la izquierda italiana, decide desaparecer cuando los sondeos le dan como perdedor y su partido se propone prescindir de él, refugiándose en París en casa de una antigua novia (Valeria Bruni-Tedeschi, actriz y realizadora), ahora cineasta, casada con un eminente director asiático y madre de una niña. Desesperado, Andrea (Valerio Mastandrea), el asistente del político, para salir del apuro y al borde de perder la credibilidad, decide sustituirlo por su hermano gemelo, un filósofo con trastorno bipolar, recién salido del psiquiátrico, que firma sus libros con el pseudónimo Giovanni Ernani (Toni Servilio también).


Una locura que se convierte en acierto cuando el electorado vuelve a ver en Enrico (ahora Giovanni) una opción real y las prospecciones dan a su partido como ganador en las siguientes elecciones, y que se deberá al nuevo lenguaje, distinto e irónico, adoptado por el político, lo que le devolverá a las portadas periodísticas.

Un guiño -auténtico- final hará que nos resulte imposible saber a ciencia cierta hasta qué punto se ha producido la simbiosis de los gemelos. En Roma, a base de momentos poéticos y de contar las verdades del barquero, el político falso va subiendo en la estimación de sus conciudadanos y anima a los italianos a recomenzar a la manera brechtiana, a partir de sí mismos. En París, donde nadie le conoce ni le asalta por la calle, el político auténtico va recuperando el sentido de las cosas y de su vida. Cuando empieza a amanecer, “ambos caminarán en la misma dirección, de espaldas a la cámara, perdiéndose en la lluvia (la imagen me ha recordado los versos de Il vecchio frac, de Domenico Modugno) hacia un mañana mejor”.

Dirigida por Roberto Andó, autor también del guión, junto a Angelo Pasquini, adaptación de su novela Il trono vuoto (El trono vacío),

Voladura controlada de los códigos políticos convencionales

En Viva la libertad asistimos a un placentero espectáculo de voladura controlada de los códigos políticos convencionales: “los cálculos, las connivencias, las conexiones, todo explota al paso del gemelo interino que, a diferencia de su hermano, no se muerde la lengua. Desinteresado, desinhibido, dice todo lo que le pasa por la cabeza… ¡y funciona! ».

Viva la libertad es una película sobre el malestar, el miedo de los políticos, el miedo a perder pero, sobre todo, el miedo a ganar, el horror vacui (concepto filosófico premoderno que hasta el siglo XVII se consideraba un dogma y abarcaba todos los fenómenos en los límites de la realidad, y más concretamente la ausencia de materia), el pánico que siente el político ante el aforo casi vacío y el mucho más intenso que experimentaba ante la urna abarrotada de papeletas. El hermano loco y sabio de esta pareja afirma sin contemplaciones que “el miedo es la música de la democracia”.

Viva la libertad es una película de la política como invención permanente de la realidad, como impostura. De la negación de la evidencia, del desprecio de las circunstancias, de la mentira como única, o al menos principal, arma de batalla. Una constatación de la debilidad de la vida política en nuestras democracias (la italiana pero, mucho más extensivo, el concepto abarca a todas “las del Sur”), del estado general en que se encuentran los diferentes partidos democráticos incapaces ahora de motivar a las multitudes “por ausencia real de proyecto común y federativo”.

Viva la libertad es la demostración –bellísima demostración- de que entre la política y la ficción solo hay un paso muy pequeño, de las similitudes entre cine y política (ambos “hechos de genio y locura”), de la necesidad de que los políticos sean grandes “artistas” capaces de interpretar el espectáculo de sus programas y dar a la gente la ilusión de que existe ese necesario proyecto común. El espectador acaba por entender a los dos personajes que son la farsa y la tragedia, lo cómico y lo sublime, el lado oscuro y los sueños, como esa intervención de Federico Fellini –el más completo, sin duda, de los cineastas italianos hasta la fecha- que desde la cuasi irrealidad de una película de archivo llena de grano invita a “artistas y espectadores a mantener los ojos abiertos, incluso cuando está escrito que se prohíbe mirar (…) Andò nos regala los últimos versos de Fellini, los más hermosos, contra una ley de censura que devoraba el cine, cortaba las escenas y alteraba el ritmo dejando las películas irreconocibles y a nosotros pobres inciviles” (Marzia Gandolfi, mymovies.com).
 

Una comedia teñida de sátira política

Viva la Libertad es una comedia a la italiana teñida de sátira política sobre la crisis de confianza de las democracias en sus políticos. Pensada como el haiku (composición poética japonesa muy corta, normalmente de tres versos) que recita el personaje, Viva la libertad es también un canto a la simplicidad del lenguaje y un homenaje al “político-hombre normal” (predicado, aunque no practicado por Hollande, por ejemplo), como cuando el doble se marca un elegante tango a puerta cerrada con una ideal Merkel o cuando el auténtico canta a voz en grito, en el interior de un coche por la campiña francesa, a dúo con su antigua amante las primeras estrofas de la maravillosa Bocca di Rosa, de Frabrizio de André.

Viva la libertad es también la película de la catástrofe (“la catástrofe es el mínimo común denominador de las democracias del sur, todo funciona a ritmo de catástrofe”), y de la pasión ausente. De la falta de pasión de nuestros políticos que han convertido su profesión en un seguro social para la vejez y una banalidad insoportable; no hay pasión en sus vidas, ni en sus discursos, ni en sus compromisos. Solo hay rutina.


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