Recomiendo este libro para el inicio de año. Es un breve ensayo y reflexión sobre nuestra forma de vivir que contradice, en cierta forma, al funcionamiento de nuestro cerebro. Lo leí este verano y me pareció muy interesante. Ante una sociedad apresurada, unos análisis presurosos y vacuos sobre la realidad es necesario el pensamiento sosegado y certero. Incluso en el ámbito de la lucha política prevalecen los análisis rápidos, efímeros, como si esta fuera un espectáculo continuo de cara a la galería. Hace falta el pensamiento sosegado y análisis de las contradicciones del sistema en el que vivimos, si de verdad queremos transformarlo en otro más justo y acorde con la naturaleza. El autor Lamberto Maffei nos lo dice "Una sociedad que compite con la biología esta destinada a perder". Espero que os parezca interesante. Os dejo también una critica del libro.
Alabanza de
la lentitud
“Hay un vínculo secreto entre la lentitud y la memoria,
entre la velocidad y el olvido” (Milan Kundera, La lentitud)
"Festina lente", decían los clásicos, apresúrate
despacio, o vísteme despacio que tengo prisa. El conflicto entre nuestro ser
biológico y nuestro ser cultural es un tema eterno, nunca envejecerá. Está
presente en el mismo origen de nuestra cultura, en el jardín del Edén, en el
árbol de la ciencia del bien y del mal, en el poema de Gilgamesh, en el paraíso
perdido y añorado de Milton, en el mito de Prometeo, en el aprendiz de brujo, y
en la historia del doctor Fausto. Llegaremos a las realidades del ciborg
(si no estamos ya), del hombre como animal multiprotésico, y seguiremos en
ello. Agónicos y divididos. Es nuestro destino.
Y ese conflicto es el tema de fondo del libro de Lamberto
Maffei (neurobiólogo y pensador, científico y humanista) Alabanza de la lentitud,
que es –además de una indagación sobre nuestra propia naturaleza– una
invitación a una actitud irreverente y de lucha contra el pensamiento único y
mostrenco del mercado. Porque esto de la religión del mercado es artificio
antinatural donde los haya, hasta el punto de que el instrumento fundamental de
esa ignominia filosófica, la economía, se ha independizado de su creador y se
ha vuelto contra él. No solo contra él, sino también contra el planeta.
Si tuviéramos que demostrar que el hombre, no como individuo
sino como especie, es un animal ansioso, no tendríamos demasiados problemas
para conseguirlo. Abundan los ejemplos que ilustran esa tesis.
Desde que merced a su misma evolución biológica y desarrollo
cerebral, el hombre se dotó de esa prótesis que se llama cultura, su marcha es
festinante. Se habla de "marcha festinante" para describir la que
caracteriza al enfermo parkinsoniano, que parece caminar siempre inestable, en
pos de su centro de gravedad, siempre lanzado hacia delante intentando alcanzar
su eje de equilibrio, pero cada vez más rápido y atropelladamente, y sin
conseguir ese equilibrio nunca. Es como si el individuo que así camina no fuera
uno sino dos, con una parte de él que se proyecta hacia el vacío que tiene
delante, con velocidad acelerada y hambre de futuro, y otra parte más sosegada,
lenta y renqueante, que parece disfrutar del presente, lo retiene y lo
contempla. Y que además tiene la habilidad de recordar el pasado (o tiempo para
ello).
"Festina lente", decían los clásicos en aparente
contradicción, que sin embargo oculta y contiene una gran verdad. Como si
dijéramos: si quieres resolver rápido, actúa despacio. Si quieres conseguir
algo sólido, desprecia la velocidad. Y quizás esa duplicidad que nos constituye
en esencia, esa oscilación entre nuestros dos polos vitales, el contemplativo y
memorioso y el que aventura hipótesis y riesgos que intenta después demostrar y
vivir, tenga que ver con la cultura, que nace de nuestra angustia específica,
de nuestra ansiedad de especie. Venimos así de fábrica: predispuestos para la
cultura, predispuestos para las prótesis.
Pero la cultura es una prótesis tan evanescente y frágil
como una peluca. Nace y desaparece con cada individuo, de la misma forma que
puede hacerlo con cada civilización. No es fácil percatarse de esa
contingencia, aunque sí conociendo y recordando el pasado.
Maffei pone una base sólida, anatómica, fisiológica, al
conflicto entre nuestra biología y nuestras prisas. Hay respuestas rápidas,
reflejas, casi automáticas, y otras más lentas, más elaboradas, más
conscientes. Hay pensamiento rápido y pensamiento lento. Podemos parecernos más
a las máquinas veloces, o podemos parecernos más a los hombres que piensan.
Podemos ser esclavos políticos, consumistas atrapados en las trampas del consumo,
condicionados por nuestros dueños como los perros de Pávlov, o podemos ser más
humanos, conscientes y libres. Actuar mediante reflejos, sujetos a respuestas
automáticas, o ejercer la reflexión y la libertad. De ahí el elogio que hace de
la lentitud, deducido necesariamente de nuestro propio conocimiento biológico,
de nuestra propia anatomía, de nuestra propia evolución y filogénesis.
Sin embargo, no existe en nosotros un conflicto radical
entre biología y cultura. Al contrario, existe un fundamento anatómico,
congénito e instintivo del lenguaje, que a su vez es el instrumento básico de
la cultura. Ocurre que existen muchas culturas posibles.
Por eso, en la búsqueda de una cultura en sintonía con
nuestra biología, se impone hacer un elogio y alabanza de la lentitud, como
hace Maffei. Y aprovecha para hacer también una alabanza de la rebeldía, como
rasgo distintivo que nos hace más humanos y no meros objetos intercambiables y
manipulables. Este libro es una denuncia, desde la neurobiología y el conocimiento
de la naturaleza del hombre, contra el pensamiento único y totalitario que hoy
impera.
En esencia, y en contradicción con el supuesto que une
velocidad y modernidad, su libro nos enseña que las respuestas más primitivas,
más arcaicas, de tipo reflejo y automático, son generalmente las más rápidas.
Las respuestas más elaboradas, que caracterizan a un desarrollo biológico
superior y más avanzado, más cultivado –por ejemplo las respuestas conscientes
que caracterizan al ser humano–, son, por su propia naturaleza, más lentas.
¿Podemos extraer de este hecho una enseñanza moral, es
decir, alguna norma o instrucción para nuestro régimen de vida? Quizás que,
para no involucionar, para no retroceder, para no degenerar, no sólo
culturalmente sino biológicamente, debemos intentar ser más lentos, y también
más diversos unos de otros (la diversidad es una vacuna contra la decadencia).
Individuos y no masa. Hombres y no engranajes de una maquinaria. Ciudadanos
libres y con criterio propio, y no borregos condicionados por los medios de
comunicación. Debemos conseguir dar otra tonalidad y otra medida a nuestro
tiempo. Más lento. La actual aceleración es propia de máquinas sin mente o, en
todo caso, de animales desquiciados por su propia jaula.
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